Automatismo y Memoria

Supongo que se le ocurre una imagen ¿También podría suponer que a esa estufa se le ocurre una imagen? ¿Y por qué parece imposible esto? ¿Es, pues, necesaria la forma humana para ello?

L. Wittgenstein, Zettel, 1945/48

1980 - 1984

CURADURIA: TERESA RICARDI

MOVIMIENTO DEL SENTIR

Nos habíamos sentado a hablar hacía un cuarto de hora cuando me dijo: “Es así” (y movió rápidamente su mano de un extremo a otro), “me interesa el movimiento de lo que quedó entre este lugar y este otro”. Crear el intervalo del recorrido de un movimiento de la mano es solamente una de las inquietudes espaciales que Alfredo imagina al pensar la perspectiva infinita que contiene un gesto en el espacio.

AUTOMATISMO Y MEMORIA

Solo una mirada que no teme al extrañamiento de la quietud puede (así como algunos de sus pelos, puntas, garras, pezuñas, lunas, pinches e inagotable simbología de los extremos) avizorar el despliegue de temporalidad de aquello que está en movimiento. La experiencia de Alfredo consiste en observar la metafísica del movimiento, no sólo en un acto de contemplación, sino que entiende como necesario la compasión por ese mundo. 

Su compasión no es piadosa, es irónica. Y como tal está ligada a la comprensión de esencialidades, cuál es su materia, de qué está hecho, cuál es su apariencia, qué está dado en él como algo ya intervenido o qué es aquello a lo cual podemos dar forma. Y mientras yo conjeturo que su experiencia es un juicio constructivo en donde los materiales no son madera, piedra o papel, elementos de la naturaleza, sino la apariencia de una dialéctica de espacialidad, tiempo y movimiento en el continuum de la escultura, Alfredo piensa que a él no le resulta tan metafísico su trabajo.

AUTOMATISMO Y MEMORIA

Acción seguida abre una carpeta y comienza a desplegar papeles cuadriculados, rallados, lisos en tamaño grande y pequeño que contienen monstruos y bichos dibujados. Me comenta: “¡Acá tengo mi arsenal de bichos!”. Entre éstos se filtran algunos bocetos de comics, made in Williams. Recuerdo de mi infancia, me da alegría, comienzo a observar a través de sus ojos y veo que el mundo que miraba Alfredo era real, solo que había elegido mostrar su apariencia bizarra y mutante mediando su trabajo con una serenidad material y constructiva. Una cualidad curiosa que un niño tiene. 

Me dijo entonces en ese tono: “¡Es algo raro, pinchan pero no pinchan!”. Ante todo se divertía con ellos. Mostraba(los), al mismo tiempo, la belleza de ese control de movimientos y decisiones que ajustaban a las criaturas, su aspecto centrífugo, y la proposición formal que las había aglutinado inefablemente, su aspecto centrípeto. Entre contenidas en un núcleo de espacialidad y materialidad línea, sus pequeños extremos transformados en vectores (comas, escaleritas zigzagueantes, restos de gárgolas, hélice, ruedita, copito, jopo) buscan direccionalidad y humor.

Sus bichos saben de esa esencialidad del transitar del movimiento y aunque sean bizarros, mutantes urbanos, futuristas, pintados, pulidos e inestables saben que tienen una tarea hoy casi abstracta para nosotros: inquietarnos cuando vemos la invención de una experiencia constructiva y sensible en el mundo.

TERESA RICARDI

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