Biografía

Apuntes para una Biografía, por Raúl Santana . “TAL VEZ PORQUE TODA DIMENSIÓN DE SENTIDO VIVIDA REQUIERE UNA NUEVA DIMENSIÓN DE FORMA.” Alfredo Williams

Oriundo de una familia tradicional, Alfredo María Williams nació en el porteño Barrio Norte el 7 de abril de 1955; fue uno de los hijos de Jorge Nicanor –juez y profesor de derecho de la UBA- y Delia Celina Pacheco, hija de Carlos Pacheco, descendiente directo del general Ángel Pacheco, quien peleó en las guerras de la independencia. El abuelo materno de Alfredo militó en FORJA y en el peronismo, junto a Raúl Scalabrini Ortiz y Arturo Jauretche, a quien conoció precisamente en la casa de su abuelo. Por el lado paterno, entre los ilustres antepasados figuran Amancio Alcorta, uno de los primeros músicos argentinos, y Alberto Williams, el gran músico creador del Conservatorio Nacional y de los conciertos en la Facultad de Derecho, quien además fue el padre del destacado y original arquitecto Amancio Williams, uno de los introductores de la arquitectura moderna en nuestro medio.

De su niñez y adolescencia Alfredo recuerda con entrañable emoción los veranos pasados en “Las Mercedes”, campo de su abuelo paterno situado en la pequeña localidad de San Agustín, a pocos kilómetros de Balcarce. Las tareas propias de un campo de cría y cultivo eran realizadas por cuadrillas de peones contratados, a los que se sumaba el trabajo de los hermanos. Aquel verdadero microcosmos en el que cada hermano tenía su caballo propició para estos jóvenes de ciudad, además de un vital acercamiento activo a la naturaleza, un decisivo viaje hacia la práctica en la que día tras día perfeccionaban sus habilidades. Y no sería arbitrario pensar que nuestro futuro escultor, tal vez en estas variadas tareas empezó a descubrir la habilidad de sus manos, que llegaría a ser, pocos años después, el fundamento de su existencia.

Al cumplir los quince años (1970) –momentos de gran efervescencia política- no le fue extraña la turbulencia pública con la que se iniciaba la década. Todo hacía pensar que la historia se ponía en marcha para producir grandes transformaciones. Y dije que “no le fue extraña” porque en el seno de su familia el debate político y las alternativas que proponía la realidad nacional estuvieron siempre a la orden del día. Familia católica con hondo compromiso social, con ambas ramas con un fuerte compromiso político y social, casi como si fuera un mandato, Alfredo terminó militando en los grupos de jóvenes católicos que trabajaron en la Villa 31. Había llegado al lugar cuando estaban velando al Padre Mugica, violentamente asesinado. 

Después del golpe militar –que se apoderó del Estado cuando faltaban pocos meses para las elecciones- se acentuó aún más la persecución de los militantes y también aumentó el número de exiliados. Apenas cumplidos los veintidós años, con un fuerte sentimiento de derrota, con familiares y amigos detenidos y otros buscados, sucedió un imprevisto: su novia (desde hacía seis meses) se mudó con su familia a España, lo que ahondó el vacío de Alfredo.

Unos meses después partía hacia España sin ningún plan, con unos pocos dólares y una valija. Ya instalado en Madrid sobrevive indocumentado vendiendo libros y haciendo changas en aquellos momentos en que, de acuerdo sus propios dichos, alejado de los lazos familiares y de los amigos, va descubriendo en sí mismo un creciente acercamiento al arte. Empieza a estudiar dibujo con el artista aragonés Fernando Fueyo y termina estudiando grabado en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos Nº 1 de Madrid, a la que concurre durante casi dos años. No tenía una peseta pero dibujaba, pintaba y empezó a realizar por encargo tallas en madera de ébano, que eran copias de imaginería románica. Visitaba museos con el asombro de quien descubre cada vez más los intrincados caminos del arte.

Aparte de las frecuentes visitas al Prado y al Reina Sofía, recuerda las dos muestras que más lo impactaron: una importante retrospectiva de Henry Moore y otra de escultura constructivista, donde se fascinó entre otros con Gabo, Pevsner y Tatlin, artistas de la primera década del siglo XX, quienes, junto a muchos otros, dieron un giro fundamental al desarrollo de la escultura.

En 1983, después de un año en Barcelona residiendo en el Barrio Gótico y viviendo de artesanías, de pronto decide volver a la Argentina. En uno de sus textos recientes, confiesa: “Pero fue al llegar a casa y abrir las valijas cuando comprendí que mi viaje no había sido en vano: con la poca ropa venían unas esculturitas en yeso, una talla en madera que aún conservo y un montón de papeles que había dibujado durante esos años. Por primera vez a mis veintisiete años tenía algo que hacer”. Ya decidida su vocación, ingresa en la Escuela Prilidiano Pueyrredón a fines de 1983, de la que saldrá cuatro años después como profesor de Dibujo y Escultura. Evoca aquellos años en que retornó la democracia como muy positivos y recuerda al gran escultor Juan Carlos Distéfano, quien dictaba entonces la cátedra de Dibujo.

También fue significativo su paso por el taller del maestro Aurelio Macchi, en 1985. Ya egresado de la escuela, comienza a trabajar como ayudante en el taller del escultor René Martineau, en el que aprendió el oficio de formador y escultor de originales para ornamentación. Esta tarea fue fundamental para obtener, en 1991, el cargo de escultor escenográfico en el taller del Teatro Colón, donde aún continúa trabajando. En 1988 se casa con Silvia (el amor de su vida) de cuya unión nacieron sus dos hijas: Milena en 1990 y Martina en 1998.

EXORDIO

Como sucede con mucha frecuencia en la producción artística contemporánea, se hace imposible conceptualizar la obra de Alfredo Williams como algo unívoco. Sus trabajos se despliegan en tintas, dibujos, relieves y estelas –en los que emplea yeso, cemento, grano de piedra, agregados de lija y restos de mosaicos recogidos en la Reserva Ecológica– a lo que se suman las esculturas realizadas con multilaminado fenólico, mármol, madera y aluminio en pequeño, mediano y gran formato. Luego realizó tallas en poliestireno expandido con resina epoxi reforzada con fibras de vidrio y pintadas con esmalte sintético brillante. Este recorrido por su trayectoria muestra

con elocuencia la versatilidad del artista en el uso, con impecable solvencia artesanal, de los más heterogéneos materiales. Aquí no se trata de un uso arbitrario o indiscriminado, sino de una profunda adecuación de materia, forma y visión; en la que cada escultura vive plenamente en los materiales elegidos, con los que el artista se entrega al implacable juego de lo lleno y lo vacío, aquietando el espacio con las formas en reposo o animándolo con las dinámicas. Los argumentos y motivos van y vienen a lo largo de los años, como ciclos que se interrumpen o retornan para ser, en algunos casos, el punto de partida de nuevas etapas.

El quehacer artístico en cuanto a las artes visuales se ha vuelto con frecuencia indefinible desde la teoría, aunque los esfuerzos críticos, en algunos casos, constituyan buenas aproximaciones al fenómeno. Recuerdo que Theodor W. Adorno señaló en su teoría estética, que si en el pasado la pregunta en el interior de la práctica artística fue ¿qué es lo bello?, ya en los albores de la vanguardia del siglo XX se transformó en ¿qué es el arte? Es obvio que en aquel momento ya comenzaba la proliferación de “ideologías estéticas”, que se alejaban deliberadamente de la “tradición estética”, sumiendo abruptamente al espectador o interlocutor en la perplejidad que muchas veces también padecemos quienes nos movemos en el medio artístico frente a la proliferación de poéticas individuales.

EN CAMINO HACIA LA OBRA

El itinerario creativo de Alfredo Williams comienza en el período 1979-1983 –los últimos años de su residencia en España- y nos remiten a tintas sobre papel realizadas con línea dura y continua, presentando formas cerradas que ya nos anticipan una de las claves fundamentales de la producción del artista: el constante deambular entre lo orgánico y lo inorgánico. 

Estos dibujos configuran un imaginario que pone en obra extraños objetos mecánicos; aquí las líneas curvas avivan la contundencia geométrica, en las que predominan agresivas formas angulares. Por momentos, el valor como sombra contrapuntea con las líneas evocando espacios naturalistas en los que conviven extraños antropomorfismos, que tienen algo de comics robóticos y transmiten un imponderable sentimiento de aprensión. Estas tintas, cuidadosamente guardadas durante años, de pronto encuentran su destino: serán la raíz –bocetos o puntos de partida– de las obras de su último período, las que está realizando en el presente y a las que el artista, acertadamente, denomina Bestiario Animé.

Sin duda, la vida argentina va a estar signada desde 1983 por el esperado retorno de la democracia, y en el heterogéneo campo de las artes visuales, con su incesante dialéctica, la aparición de nuevos valores expresivos va a constituir una característica que marcará la época. Además del neo-expresionismo con fuerte presencia gestual y un color de grandes contrastes – en los que gravita fuertemente el espíritu de ciertas tendencias salvajes presentes de la década de los 60-, también comienzan a proliferar las “instalaciones”, “los nuevos soportes” y ciertas concepciones que hablan de la “desmaterialización” del arte y otras posturas de aquello que Joseph Beuys denominó “concepto ampliado del arte”.

Tal vez porque toda dimensión de sentido vivida requiere una nueva dimensión de forma, entre 1984-1989 Alfredo Williams, metiendo mano a la materia, emprende la realización de los herméticos Relieves concebidos con yeso, cemento, telas, astillas y grano de piedra. Según palabras del artista, estas obras fueron inspiradas en el viaje que entonces realizó a través del norte argentino, vivenciando los vestigios de las culturas pretéritas. Al recorrer lugares de los Valles Calchaquíes se impregnó de esos espacios donde las poblaciones casi siempre viven expuestas a la inmensidad del cosmos en su imponderable silencio.

También fue determinante para la experiencia vivida la lectura de América Profunda, libro del pensador argentino Rodolfo Kusch, reconocido estudioso que ha desentrañado con profunda originalidad la cosmovisión del mundo americano y andino partiendo de la incisiva definición de la diferencia ontológica entre “ser” y “estar”. Todo hace pensar que la lectura del libro ha movilizado el bagaje espiritual del artista para gestar una invisible obra interior, que se hizo visible en los fragmentos rupestres donde gráficas vivificaciones de la superficie, huellas, materias informales, irregulares surcos, signos y jeroglíficos envían señales de un mundo arcaico y moderno que se conjugan en la propia materia.

ha desentrañado con profunda originalidad la cosmovisión del mundo americano y andino partiendo de la incisiva definición de la diferencia ontológica entre “ser” y “estar”. Todo hace pensar que la lectura del libro ha movilizado el bagaje espiritual del artista para gestar una invisible obra interior, que se hizo visible en los fragmentos rupestres donde gráficas vivificaciones de la superficie, huellas, materias informales, irregulares surcos, signos y jeroglíficos envían señales de un mundo arcaico y moderno que se conjugan en la propia materia.

Debo decir que cada vez que mi mirada se encontró con estas obras, venían a mi mente dos estrofas del poema “Paisaje por teléfono”, del gran poeta brasileño Joao Cabral de Melo Neto, que traduje hace muchos años, y que parecieran escritos para definir estas obras: “…que, como muros cariados/ poseen luz intestina, /pues no es el sol quien las viste/ ni tampoco las ilumina //más bien sólo las desviste/ de toda sombra o neblina, / dejando que brillen libres/ los cristales que adentro tenían…”

Otro momento de su cambiante itinerario son las Estelas que el artista realizó a continuación de los Relieves; en este caso, menciona la importancia que tuvo –en aquel viaje al Norte- su visita al museo de Tilcara. Es de suponer que frente a aquellas imágenes en las que arte y antropología se conjugan, y donde lo simbólico no es de fácil acceso o solo percibido en su constitución estética, Williams habrá recibido a través de los sentidos la unidad de la multiplicidad sensible de la vieja América. Y ésta podría ser una posible definición de sus Estelas, que el artista también llama mojones, a los que yo agregaría: de un territorio ignoto.

A diferencia de los Relieves, donde predomina lo “expresivo”, en estas obras aparecen procedimientos radicalmente opuestos, pues aquí prevalece el “ensamblado”, que inicia el camino hacia una actitud “constructiva” que reaparecerá con frecuencia en sus obras posteriores. Casi siempre ortogonales, estas Estelas proponen a la mirada la reunión de elementos heterogéneos: cada una tiene una ventana que nos permite ver en su interior algún fragmento de baldosa (proveniente de la Reserva Ecológica) con un colorido diseño abstracto, que podría ser la secreta conmemoración de un hecho, una voluntad o una presencia. 

Más allá de las posibles interpretaciones, creo pertinente citar al médico, poeta y arqueólogo francés Victor Segalen (1878-1919), quien –refiriéndose a las estelas, en su caso chinas– dijo: “Son un desafío a quien las haga decir lo que guardan. Desdeñan ser leídas. No reclaman la voz ni la música… no expresan, significan, son”.

La inmanencia de las primeras estelas dará paso a continuación a otras en las que, lejos de la permanencia en su ser, ahora los procedimientos y materiales empleados por el artista conducen a imágenes trascendentes –en las que se presentan figuras fantásticas- que traen a nuestro tiempo transfiguraciones de un viejo huésped de la historia del arte: la Edad Media. Por los resultados a la vista, es obvio que en su tarea de tallista en España Williams acuñó un conocimiento y una familiaridad con aquel imaginario al que ya nos aproxima el título que dio a estas obras, Bestiario Animé, en las que proliferan estelas y esculturas orgánicas que son verdaderas hibridaciones de lo antropomórfico y lo zoomórfico, como ocurría en aquella época de profundas metamorfosis.

Estas obras de pequeño y mediano formato, talladas en maderas de incienso y guatambú, sin duda tuvieron su punto de partida en aquella talla de madera que el artista trajo consigo de España, acaso sin saber que muchos años después sería algo así como un compendio de su programa artístico. Y si aquellas tallas las hacía por encargo, es probable que ésta, inconscientemente, haya sido “su propio encargo”; al extremo que siguió retornando en distintos ciclos hasta ser en la actualidad, ya con otras escalas y con otros materiales, lo más contundente de su trayectoria.

Para abordar la segunda serie de relieves, Regiones Temporales –que presentan un giro inesperado– hay que tener en cuenta que Williams, a lo largo de su camino, jamás abandonó el trabajo artesanal y su creciente atracción por aquellas materias que, inesperadamente, se transforman en el punto de partida de indagaciones en lo que aparece como jeroglíficos abstractos que al fin serán organizados como obra. Estos pequeños ensambles vuelven a deambular entre formas geométricas y orgánicas en unos, e insinuados paisajes donde duras figuras metálicas aparecen como signo de lo humano. Debo advertir que esta actitud ecléctica ya no es un concepto negativo, sino una constante en la producción de muchos artistas contemporáneos, pues la noción de unidad ya no es un concepto inteligible; se ha resquebrajado frente a la vorágine visual de la actualidad.

CONCORDANCIAS 

Cierto día, al ver en su atiborrado taller de Barracas un conjunto de apilados laminados fenólicos –que el artista utilizaba habitualmente para hacer bases- de pronto fue atraído por esa materia e intuyó la posibilidad de pergeñar nuevas esculturas, que significaron poco después otro giro imprevisible en su itinerario: la aparición del ciclo de obras a las que se abocará durante varios años y a las que denominó Concordancias, acaso por la animación que dan a estos cuerpos alegóricos las líneas de madera que cubren horizontalmente toda la superficie. Es importante señalar que este material, no obstante tener un alto componente de madera, es producto de un proceso industrial que atrajo al artista de inmediato: le abría la posibilidad por entonces deseada, de alejarse de los materiales llamados “nobles” –con su delimitable peso histórico- para empezar a erigir piezas que le impondrán una nueva aventura.

Lejos de los habituales procedimientos de la escultura, estas criaturas crecerán como frutos de una afinada actitud constructiva, producto de lentas depuraciones que elevarán la afirmación plena de las formas a veces contenidas, otras expansivas, pero siempre rotundas, yectas, con sus elegantes ondulaciones sólo perturbadas en su quietud por los pinchos y formas angulares de mármol que acentúan aún más un inusitado diálogo formal que altera la simplificación de lo corpóreo.

Al respecto quiero citar un texto que el profesor César A. Fioravanti escribió para el catálogo de la muestra llevada a cabo en el Museo de Esculturas “Luis Perlotti” en el año 2004: “Viendo las obras de Alfredo Williams parecería que la madera de los árboles tuviesen las vetas invertidas. ¿Por qué digo esto? Porque son las vetas que el hombre fabricó al superponer una masa de terciadas fenólicas que forman un bloque, de estructura muy cerrada, para luego ser tallado y pulido y en la cual la refracción de la luz incentiva las voluptuosas formas curvas y cónicas. 

Y aquí surge una característica especial, ya que si bien esas estructuras dulces, de forma sensual, dan placer en la observación, cada una de ellas tiene un remate enigmático; como pequeñas anémonas en lo simbólico, lo agresivo y lo inquietante se unen para movilizar nuestra más íntima fibra de recepción”. Acertadas palabras que sintetizan una buena reflexión sobre estas esculturas, que también mantienen profundos vasos comunicantes con lo que podríamos llamar una visualidad americana. En el año 2010 Williams presenta una muestra de esculturas y tintas sobre papel en la Galería Ática. En ella se podían apreciar dos caras de su polifacética producción: por un lado, las Concordancias que venía realizando con el multilaminado, y por otro las tintas, que parecieran prolongar algo de las geometrizaciones escultóricas, aunque también parecieran orientarse a traer el espíritu de los antiguos bocetos realizados en España.

Pero aquí no se trata de bocetos sino de obras totalmente autónomas, morosamente trabajadas con valores y líneas, donde el claroscuro está logrado con minúsculos signos que se amontonan o se expanden para evocar, con sus cambiantes luminosidades, un juego de volúmenes que genera transfiguraciones o metamorfosis de seres fantásticos, artificiales, en esas ceremonias donde lo orgánico se hace mecánico. La señalada angulosidad de sus obras pretéritas, en estas invenciones de impecable factura y de complejos orígenes, se acrecienta. Quizás debiéramos recordar lo que dijo John Berger en su magnífico libro sobre el dibujo: “…son documentos que dan cuenta del descubrimiento de un suceso, ya sea visto, recordado o imaginado”. Pero también es posible advertir en estas obras, que son insidiosos señalamientos de la vida actual, cómo cada día lo artificial gana más terreno con su desmesurado despliegue técnico.

BESTIARIO ANIMÉ

Partiendo del principio ya aceptado de que toda materia está cargada de sentidos históricos y culturales que exceden su propia constitución física, en las últimas décadas, la diversificación de los materiales elegidos por los artistas significó una elocuente amplificación de las indagaciones en el campo de la escultura, facilitando la aparición de nuevas expresiones. Las visiones abiertas –por ejemplo- con las materias plásticas, vinieron a resolver problemas técnicos que no podían ser resueltos con otros materiales; su flexible ductilidad, su liviandad, su dureza y otros factores de gran incidencia en la creación de las obras fueron determinantes para su uso. Luego de arduas investigaciones, Alfredo Williams logró la aparición de un mundo de seres mutantes de mediano y gran formato, policromados con esmalte sintético, en los que es fácil advertir que esta materia le vino como anillo al dedo para abordar anhelos e inquietudes que a lo largo de su camino siempre lo interpelaron: me refiero a esta oscilación entre quietud y movimiento, en donde este último ahora gana el espacio con la misma dinámica de sus primeras tintas y bocetos, asumiendo una posición diametralmente opuesta a la de las Concordancias.

En aquellas esculturas, con sus acabadas perfecciones totémicas, el espacio es apenas un entorno quieto de sus formas rotundas, donde todo sucede en las ondulantes superficies animadas por las líneas del laminado. Pero esta nueva posición expresa otro sentimiento del espacio, que ya se insinuaba en las pequeñas esculturas y estelas hechas con madera de incienso y guatambú, expuestas en abril del año 2002, con el título de Bestiario Animé. Es obvio que Williams estaba buscando la incidencia del tiempo, tal como podemos apreciar en las actuales obras, ahora realizadas con poliestireno expandido. No obstante la deliberada artificialidad de estas figuras, con ellas irrumpe lo orgánico y con fuerza notable la contingencia de la vida.

Estos híbridos, frutos de una doméstica alquimia, por sus gestos, sus movimientos y sus humores, manifiestan toda la impronta de lo humano que se hace ominoso, como lo familiar que se hace extraño. Para ser tan protagonistas como el propio bulto escultórico, estas obras, a veces diabólicas, otras amenazantes o cargadas de humor, con sus incesantes transfiguraciones en las que el espacio entra y sale generando un dinámico juego de luces y sombras, nos ponen frente a dos raíces de la historia del arte: las gryllas del gótico con sus violaciones anatómicas siempre en tránsito, por una parte, y por la otra el pop art, que supo llevar el estatuto del arte al “comic”, antes del pop considerado una forma menor. 

Pero esta reinterpretación del gótico secularizado por el comic, como llevó a obra Williams, ha producido un mundo de incesantes metáforas a veces celebratorias, otras tenebrosas, que tiene profundos vínculos con la realidad que nos contiene y que, gracias al espíritu del comic, aliviana la amarga ironía que juega con las alternativas –hoy a la orden del día– de la inminencia del advenimiento de lo post-humano.

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